La vergüenza inconfesable, es no amar, el peor pecado es no haberse entregado al amor por pretender controlar la emoción, como a muchos les sucede.
Lo anterior es vergüenza y lo último pecado y se está pagando muy caro.
Pensar que existe un verdadero programa de entrenamiento para enseñar a no amar, basta con una mirada a nuestras élites y a los medios de comunicación, a cualquiera, donde obsérvenos, para verificar la existencia de este programa.
Marcelo Bielsa decía que para educar hay dos herramientas, la palabra y el ejemplo, también decía que hoy la educación ya no está en el hogar ni en las escuelas sino, en los medios.
¿Qué palabras están escuchando y que ejemplos están viendo nuestros jóvenes futuros miembros de las élites?
Primero viven en otro país, uno donde no hay carencias económicas, donde hay áreas verdes, donde los espacios sobran y donde el narcotráfico no controla la población. Saben que si hacen algo, su castigo será acotado, por nuestro sistema penal, y si un hijo de las élites se roba una botella de whisky de un supermercado, será una travesura. Distinto sería si el travieso es un joven de una población.
El iniciaría un estigma que difícilmente podrá superar.
Los hijos de las élites han visto y han escuchado que si su padre o madre comete un delito, terminará con clases de ética burlando así el sistema.
Más aún, ve en su diario vivir que sus padres eluden impuestos, se coluden para castigar a los más pobres y manejan hasta el ingreso a los universidades de la cota mil a través de las “admisiones especiales”.
Otra historia muy distinta sería si, en cualquiera de los casos anteriores, es un padre de una población.
Algunos, los más miopes de seguro, dirán que escribo desde el resentimiento o que propendo a la lucha de clases pero, estarán profundamente equivocados.
Los jóvenes de las fiestas de Cachagua, muy probablemente integrarán la clase dirigencial, tendrán altos cargos en una u otra institución y tomarán decisiones que afectarán a otros, como no nos va a preocupar que ellos, que duda cabe, que están al centro del pacto social, tienen familia, educación, redes de apoyo, etc. y que sin embargo no poseen amor por el próximo, no son capaces de hacer un pequeño o gran sacrificio y quedarse en casa tomándose la misma piscola.
Dirán que de estas fiestas hay en todos los estratos, a lo que responderé que si pero, me concederán que uno espera y debe esperar mucho más de las élites y de los hijos de estas.
Don Quijote le decía con mucha razón a Sancho ”más vale ser humilde virtuoso que pecador soberbio”.
Con profundo pesar me convenzo que esos hijos de chilenos que nacieron privilegiados no han visto este ejemplo ni menos han escuchado estas palabras. Y lo peor, tampoco de sus padres.
Por Gonzalo Mateluna
(*) Las opiniones vertidas en esta columna no reflejan necesariamente la línea editorial de «La Vanguardia Chile»