Hace muchos años que la programación de la televisión chilena incluye un segmento matutino estilo magazine destinado a un público joven y adulto; la política, desde el estallido social del 18 de octubre de 2019, ha sido el tema más recurrente, con invitados del mundo de los partidos, y en este contexto, hace algunas semanas un diputado, durante la transmisión en vivo, manifestó su molestia, retirándose del programa, ante el incumplimiento del compromiso de incluir al menos una mujer en los paneles de discusión. Más allá de esta situación que puede resultar anecdótica, el verdadero tema es el nivel de representatividad que tenemos las mujeres en la definición y administración de nuestro país. Tema que no es nuevo, algo similar ya se discutía a fines del siglo XIX. Por ejemplo, Vicente Grez (1847-1909), periodista chileno escribió en 1878 “Las mujeres de la Independencia”, obra en la que resalta varias figuras femeninas pertenecientes a diversos estratos sociales que participaron activamente durante todo el proceso emancipador. Don Vicente, reconocido en su época por sus columnas en revistas de sátira política como el “Charivari” o “La Linterna del Diablo”, describe a esta primera generación de chilenas republicanas como generosas y prudentes, instruidas e interesadas en el acontecer político de su época, las hace responsables de los valores patrióticos y morales que poseían las generaciones chilenas que lograron forjar una nación independiente, por eso llama a los hombres a levantarles monumentos como reconocimiento a “esas mujeres que mecieron la cuna de libre patria”.
Es que la vida de las mujeres chilenas durante el período colonial no se reducía a la vida doméstica y de oración, como algunos creen. Ellas organizaban reuniones de discusión a los que asistían connotados personajes de la vida política y cultural de su época, como fray Camilo Henríquez o don Antonio José de Irisarri. Los salones de doña Francisca Javiera Carrera o de la señora Luisa Recabarren de Marín fueron testigos de ello. Memorable fue el baile que doña Javiera y su círculo de amigas ofreció en casa de la familia Carrera Verdugo el 18 de septiembre de 1811 para celebrar el aniversario de la Primera Junta de Gobierno; en este los valores republicanos estaban presentes en la ornamentación de la mansión y en los atuendos de las damas, así doña Josefa Aldunate representaba la Libertad y Mercedes Fuentecilla la Aurora de la nueva Patria.
A partir de este evento nació la tradición de celebrar las fiestas patrias en esta fecha.
Pero no sólo la elite se adhería a los ideales republicanos, en casa de doña Águeda Monasterio de Lattapiat grupos medios de comerciantes y otros oficios se reunían a compartir y difundir las nuevas ideas políticas. Estas reuniones y las cartas de ánimo que, junto a su hija, escribían a los exiliados en Juan Fernández fueron motivo para que, durante el período de la Reconquista, fuera apresada y torturada, acusada de conspirar contra la Monarquía; el gobernador Marcó del Pont amenazó con ahorcarla en la Plaza de Armas y cortar la mano derecha de su hija. La sentencia no se cumplió y fue liberada poco antes del triunfo en Chacabuco (febrero 12, 1817) pero murió a los pocos días como consecuencia de los tratos dados durante su presidio. La comunidad santiaguina le rindió un gran reconocimiento en su funeral. Como ella, hubo otras tantas que sufrieron severos castigos por profesar ideas políticas contrarias al régimen imperante. El caso de María Cornelia Olivares me impacta aún más. Ella no temía hablar en la Plaza de Armas de Chillán, su ciudad natal, arengando a la población para que se sublevara al dominio español, por lo que el gobernador la condena a prisión y a la vejación pública. En el mismo momento que la apresan comienzan las humillaciones, burlas y malos tratos, llegando incluso a raparle su cabello y las cejas para exhibirla públicamente. El informe oficial dice que la acusada gritaba groserías e insultaba al monarca mientras se cumplía la condena, lo que es negado por testigos quienes indican que ella no emitió ni un solo quejido y que, en cambio, respondió así a los funcionarios policiales: “la afrenta que se recibe por la patria en vez de humillar engrandece”. Y así fue, en 1818 don Bernardo O´Higgins la declaró “Ciudadana benemérita de la patria”.
También hubo mujeres que hicieron labores de espionaje y se enfrentaron a las fuerzas españolas sin más armas que su vehemencia y valor. Por ejemplo, doña Paula Jaraquemada, al saber de la derrota de las tropas patriotas en Cancha Rayada, acudió con sus hijos e inquilinos a ofrecerse como refuerzos, aportando también con alimentos y todo lo requerido para continuar con el proceso independentista. De ella también se cuenta que en una ocasión llegaron a sus tierras en Paine, una tropa del ejército realista (español) exigiendo el contenido de las bodegas a lo que doña Paula se negó; el oficial mandó a dispararle por desobedecer y ella en lugar de amilanarse se paró frente a los fusiles y los conminó a hacerlo, ante esto el oficial dio la orden de quemar la casa y ella respondió ofreciéndole el fogón que tenía a su lado. Finalmente, los soldados se retiraron sin cumplir sus amenazas. ¡Ese es carácter!
¿Cuántos conocen a nuestras Madres de la Patria? ¿Dónde están los monumentos a Javiera Carrera, Luisa Recabarren, Águeda Monasterio, Paula Jaraquemada y Maria Cornelia Olivares?, ellas fueron unas revolucionarias en todo el sentido de la palabra.
Son las primeras mujeres que incursionan en la política nacional, y así como ellas nuestra historia registra los nombres de Olga Boettcher Maetschl, primera Gobernadora en Sudamérica; Alicia Cañas Zañartu primera Alcaldesa, elegida democráticamente; Michelle Bachelet, primera Presidente de la República; María de la Cruz Toledo, primera Senadora; Luz Adriana Margarita Olguín Büche, primera Ministro de Estado; Inés Leonor Enríquez Frodden, primera Diputada; entre otras, pero ¿cuántos saben de su existencia? la enseñanza escolar debe darlas a conocer en su carácter de líder, como agentes de cambio. Somos las hijas de aquellas que participaron en la creación de nuestra nación, sin embargo, se han debido dictar leyes que aseguren la paridad en las candidaturas de elección popular y para el proceso constituyente, ¿en qué momento se nos relegó al ámbito doméstico? No se puede entender el Chile del siglo XXI sin el reconocimiento de la perspectiva femenina y potenciar su presencia en el quehacer político nacional. El espacio es nuestro solo queda que lo hagamos valer.
Por Nidia Araya M.
Profesora de Estado en Historia y Geografía. Licenciada en Educación en Historia y Geografía Universidad de Santiago de Chile.
Magíster en Administración y Gestión Educacional Universidad Mayor
(*) Las opiniones vertidas en esta columna no reflejan necesariamente la línea editorial de «La Vanguardia Chile»