La derrota electoral de la derecha fue brutal. No se imaginaban los defensores del «Rechazo»: Republicanos, la UDI, RN, Evópoli y los sectores autodenominados «Patriotas» que el sector quedaría reducido a un escuálido 22% y separados por una grieta monstruosa del resto del país que ya los concibe como el sector económicamente poderoso de las tres comunas más acomodadas del país: Las Condes, Vitacura y Lo Barnechea.
No sirvió el uso de personas de escasos recursos y barrios populares en la «Campaña del Sentido Común» de la UDI. O la amenaza de que «satanás» se haría dueño de Chile, según las palabras apocalípticas del excéntrico Kevín Valenzuela y la ya recurrente campaña del terror instalando «Chilezuela» en el cercano horizonte. El «Rechazo» representó al núcleo de la derecha tal cual es hace más de 40 años, esto es el brazo político de los grupos empresariales y del sector más conservador del país y que aún vive anclado en el pinochestismo. Tan evidente que una de las últimas encuestas de la consultora Mori reflejó, precisamente, que un 22% de los chilenos se sienten partidarios de la dictadura de Pinochet incluida su política de genocidio.
Las declaraciones de Jacqueline Van Ryselberghe después de la derrota del domingo pasado muestran una realidad paralela, algo así como pretender tapar el sol con el dedo, y simplemente tratar de buscar una mínima gota en el vaso para ver el lado medio vacío y sacar una cuenta alegre de ese 22%. La idea es tratar de derramar la derrota al resto de los sectores políticos. Urge levantar el ánimo en las comunas del gheto del poder del sector oriente de Santiago.
El resultado del 78% a 22% es claro y contundente: el fin del espurio pacto económico entre la derecha y los sectores medios aspiracionaleas que le dieron el voto a Piñera el año 2017 a cambio de los «Tiempos Mejores», un ofertón que no fue otra cosa que la publicidad engañosa que a un año de gobierno el mandatario cambio por «Tiempos Difíciles». Luego vino el «Estallido Social» y la Pandemia del Covid 19, y dichos sectores medios vieron como el gobierno los ninguneo y los dejó a la deriva, incluso negándose hasta el final permitir el retiro de sus ahorros previsionales para enfrentar la crisis económica.
A ello se suma el quiebre del «sector evangélico». La locura desatada por algunos activistas de los sectores más duros de la derecha hizo que los votantes cristianos se dividieran y no se subieran al «Rechazo», abriendo una incógnita de fuga de votos a otros sectores políticos.
Por otra parte, el gobierno aun cuando se subió al carro de la victoria el mismo domingo, es el otro gran derrotado. El 78% del «Apruebo» paradógicamente es el 78% del «Rechazo» a Piñera y su administración, según la encuesta cercana al oficialismo (CADEM). La autocrítica no existe y los ministros responden en forma grosera a la consulta de los profesionales de la prensa cuando les preguntan que significó haber votado «Rechazo» el pasado domingo. Incluso, ya están evaluando qué figuras de un gabinete ampliamente rechazado y despreciado políticamente por los chilenos pueden ir como candidatos a la Convención Constituyente, en un gesto de desconexión brutal con la realidad.
La derecha está en un punto de no retorno. Ese 22% que es su núcleo duro será muy difícil que crezca para obtener más del 33% de los integrantes de la Convención Constituyente y les permita mantener en parte la estructura institucional de privilegios a la élite y los grupos empresariales.
La estrategia del «Rechazo» fue un error político del que no podrán salir tan rápidamente, ya que el sector se polarizó y espantó a los votantes de centro. Ni las figuras que los medios oficialistas han elevado a la categoría de presidenciables -Lavín, Desbordes, Sichel, etc- podrán revertir que termine en un porcentaje reducido en las preferencias electorales.