El despliegue periodístico y gubernamental con ocasión de la llegada de las primeras dosis de la vacuna anticovid- 19 a nuestro país me despertó emociones contradictorias; por un lado sentí alegría por toda aquellas personas que se verían beneficiadas, pero al mismo tiempo la situación me preció casi grotesca, las autoridades se felicitaban mutuamente presentándolo como un gran logro del gobierno, pero en realidad es una muestra más del fracaso del sistema político y económico que nos rige desde hace más de 40 años y que los gobiernos democráticos no han sido capaces de reformar.
¿Sabían que la primera vacunación en Chile fue 30 años antes que la creada por el científico Edward Jenner, considerado «el padre de la inmunología» por descubrir la vacuna contra la viruela? Aunque parezca increíble no lo es tanto, ya que el Imperio español era uno de los gobiernos más poderoso y vanguardista durante el siglo XVIII y la viruela constituía uno de los mayores problemas en el continente europeo, por lo que todos los esfuerzos estaban enfocados en su erradicación. Es así como el año de 1765 en Chile el fraile Pedro Manuel Chaparro realizará los primeros tratamientos antivariólicos y ya en 1808 la Corona creará la Junta Central de la Vacuna, institución encargada de propagar y administrar este método preventivo, labor que fue apoyada por la Iglesia Católica desde sus púlpitos y en el trabajo parroquial, ya que, de modo transversal, la gente no los aceptaba por considerarlos “antinaturales”, actitud que algunos aún hoy en día y, a pesar de la evidencia que apoya los beneficios de la inmunología, la mantienen. Por otro lado, hemos de destacar que las epidemias han forzado a los Estados a intervenir en el mejoramiento de la calidad de vida de su población a través de la implementación de políticas de salud pública y de una amplia legislación sobre vivienda, alcantarillado y otras por el estilo. Hagamos un poco de historia.
Desde fines del siglo XIX el Estado de Chile inició la investigación y elaboración de vacunas y sueros a través de diversas instituciones como el Instituto de Vacuna Animal Julio Besnard (IVA-JB, 1887), que funcionaba en la Quinta Normal, y que será continuado por el Instituto de Higiene (IH, 1892), el Instituto Bacteriológico (IB, 1929) y el Instituto de Salud Pública (ISP, 1979). En estos centros se desarrollaron 10 tipos diferentes de sueros, y 29 vacunas, como contra la peste bubónica o peste negra -utilizadas hasta el descubrimiento de la penicilina-, la antirrábica, la antigripal, anticoqueluche, antitífica, antituberculosa (BCG), las vacunas DT, entre otras.
En forma paralela al desarrollo científico y desde el gobierno de Bernardo O’Higgins en adelante, se mantuvo el interés por la prevención de enfermedades endémicas, pero la idea de que el Estado estableciera un plan de vacunación a nivel nacional sólo comenzó a discutirse a partir de 1877 con el proyecto de ley del médico y diputado por Santiago, Ramón Allende Padín (1845-1884) y el doctor Adolfo Murillo (1840-1899), la que fue rechazada por la Cámara de Diputados, lo mismo ocurrió con la iniciativa legal del Presidente José Manuel Balmaceda en 1886 sobre esta materia, en ambas ocasiones los opositores a esta medida señalaron que la obligatoriedad iba contra las garantías individuales establecidas por la Constitución de la República. Aun así, en 1887, Balmaceda mediante un Decreto, estableció la vacunación contra la viruela a todo recién nacido. A esta le siguieron la aplicación de la BCG (1947), la bivalente bacteriana, que protegía de difteria y coqueluche (1943), poliomielitis (1961), sarampión (1964) y la triple bacteriana (DTP, 1975). En 1978, cuatro años después de los dispuesto por la OMS, y con el objetivo de prevenir la morbilidad, la discapacidad y las muertes secundarias a enfermedades inmunoprevenibles, a lo largo de todo el ciclo vital, se establece en Chile un programa de vacunación en el que se sistematiza la aplicación de las ya existentes y se irán agregando otras en la medida que sea necesario. En la actualidad el Programa Nacional de Inmunizaciones (PNI) chileno protege contra 14 enfermedades infecciosas a través de vacunas administradas durante la infancia/edad escolar, a la embarazada y a los adultos mayores de 65 años. El programa ha sido tan exitoso que se ha logrado la erradicación de la Viruela (1950), la Poliomielitis (1975) y del Sarampión (1992), mucho antes que a nivel mundial, los índices de mortalidad infantil y general han disminuido un 97%, y la esperanza de vida se elevó de 20 a 85 años, transformándonos en uno de los mejores países del mundo para nacer.
Si durante casi un siglo fuimos también reconocidos a nivel mundial por la calidad de nuestra investigación y producción científica de vacunas y sueros, cabe preguntarse porqué en el día de hoy dependemos del mercado internacional. ¿qué pasó con todo este desarrollo? La década de 1970 marcó una inflexión en las políticas públicas nacionales ya que el paradigma varió de un Estado Benefactor a uno Subsidiario propio de un modelo económico neoliberal el que subordina el rol social del Estado a la rentabilidad económica y a la privatización de la producción. Las prioridades cambiaron, y de una “medicina social” se optó por una “medicina comercial”. Es así como el interés y financiamiento fiscal comenzó a declinar llegando a su fin el año 2005.
En la actualidad es indispensable reconocer que el éxito de la política de salud a lo largo de nuestra historia, tal como ha ocurrido en todo el mundo, se ha basado en la acción centralizada y dirigida desde el Estado. Las posturas liberales ortodoxas y la indiferencia de la oligarquía a las condiciones de vida de la población son responsables de los conflictos y la polarización social que han costado la vida de muchas personas; la llamada “lucha de clases” la establecen aquellos que se niegan a compartir sus privilegios y, peor aún, niegan que otros puedan vivir dignamente. El actual escenario mundial, en el que la pandemia del COVID-19 domina todo el quehacer humano, no sólo nos exige replantearnos nuestra forma de vida, sino también el rol del Estado en los ámbitos esenciales para el desarrollo humano como es el de la salud integral, y evidencia que el modelo neoliberal reproduce y aumenta la desigualdad generando condiciones de inestabilidad que sólo beneficia a unos pocos.
Aunque ha sido gratificante recibir las más de 20 mil dosis para iniciar la vacunación por el COVID-19, sabemos que es una cantidad insuficiente y aún, en el mejor de los escenarios, va a ser muy difícil que durante el año logremos estar todos protegidos de manera adecuada, por esto es que no podemos dejar de reflexionar sobre la urgencia de reactivar la inversión fiscal en insumos médicos, vacunas, medicamentos, instrumental, etc., porque no es posible que la salud de nuestra población, la de nosotros mismos, dependa de la capacidad de negociación del gobierno de turno y se desperdicie el gran capital humano que poseemos ¡La Salud no es mercancía!
Por Nidia Araya M.
Profesora de Estado en Historia y Geografía. Licenciada en Educación en Historia y Geografía Universidad de Santiago de Chile.
Magíster en Administración y Gestión Educacional Universidad Mayor
(*) Las opiniones vertidas en esta columna no reflejan necesariamente la línea editorial de «La Vanguardia Chile»