Me está costando mucho escribir esta columna por la gran cantidad de emociones que estoy sintiendo. Hace 32 años atrás con mi hija recién nacida y acompañada por mi madre y otras mujeres de mi familia sufragué por primera vez diciendo NO al dictador y con la esperanza de ofrecerle a mi bebé un nuevo mundo en el que pudiera crecer, pensar y hablar en libertad; siempre me sentí orgullosa de esta decisión y con el tiempo creí olvidado el miedo bajo el cual creció toda mi generación.
El 18 de octubre de 2019, cuando se inicia el estallido social, me di cuenta de que ese miedo aún estaba ahí, y que quienes nos gobernaban se encargaron de fortalecerlo al revivir todas las estrategias de esos negros años de dictadura cívico-militar, y era obvio, ellos fueron protagonistas de ese tiempo. Nada había cambiado, ellos eran los mismos lobos con pieles de oveja, o diremos ¿dictatoriales con vestidos democráticos? Nada había cambiado, otra vez se implantaba el estado de excepción, los toques de queda, las restricciones a nuestras libertades individuales, la represión, los montajes policiales, la violación a los derechos humanos, la ley de seguridad interior, las declaraciones destempladas de los políticos de derecha que clamaban por “justicia” para su gente y sus bienes, y la severidad de la ley a los “otros”; esos otros que no eran ellos, no los delincuentes necesariamente, sino simplemente los que no pensaban igual, porque para los suyos hay amnistía, hay condonaciones, hay clases de ética. Otra vez esa sensación de impunidad, de que no puedes decir lo que piensas sin que te “cuelguen un cartel”, y al mismo tiempo, tener las ganas de cantar a todo pulmón “el pueblo unido jamás será vencido”, y llorar con las manifestaciones de solidaridad del mundo entero. Todo volvía a ser lo mismo… ¿De qué había servido mi voto ese 5 de octubre de 1988?
En esos años también había empezado a trabajar como docente en colegios, y como tal y hasta la fecha, siempre estuve atenta a desarrollar en mis hijos y alumnos la sensibilidad por el desarrollo comunitario, el respeto al otro en su condición humana, el valor y la fragilidad de la democracia y la importancia de la participación política, todo en el afán de que las nuevas generaciones no tuvieran que vivir lo que la mía y que nuestro país verdaderamente lograse superar esos traumas.
Pero el discurso oficial era completamente distinto. Se les llamaba a los jóvenes a dedicarse a estudiar y a trabajar, como si los temas públicos no fueran conversación agradable y la misma asignatura de Historia sólo debía remitirse a memorizar datos, fechas, nombres y nada más. Cualquier tipo de análisis o espacio de discusión era de alguna manera censurada. Todo este tiempo el sistema trató de acallar y controlar esa energía juvenil que solo se tiene una vez. Y estaba dando resultado, la participación de los jóvenes en las elecciones, a nivel nacional, era cada vez menor, al parecer verdaderamente no les importaban los destinos de nuestro país, aunque, a decir verdad, no era lo que veía en mis clases.
Por eso cuando los escolares saltaron los torniquetes del metro me invadió una sensación de miedo y alegría a la vez. Nuestros jóvenes no se habían dormido. Estos escolares que iniciaron toda esta revuelta entraban recién al colegio cuando se iniciaron los movimientos estudiantiles en el 2006, eran ellos los llamados a hacernos despertar. Y así fue. Aunque ese 18 de octubre a muchos nos tocó caminar kilómetros para encontrar locomoción o hacer muchos zigzag para volver a nuestros hogares, no había quejas, sino que alegría. Los chicos habían crecido y era su turno de tomar las riendas de esta nueva patria que nace. Por ellos, siempre ha sido por ellos, es que hoy, a un año del estallido, estamos aquí.
Este 25 de octubre de 2020 pasará a la Historia no solo en Chile, sino que en el mundo entero porque es la primera vez que un movimiento social sin filiación político partidaria plebiscita la decisión de crear una norma constitucional, en otros países esto se logró por la acción de alguna facción partidaria; el organismo que estará a cargo de esta tarea tendrá paridad de sexos entre los delegados constituyentes, pero también porque hemos dado una nueva muestra de que tenemos escrito en nuestro ADN la civilidad. Con restricción sanitaria toda la maquinaria electoral se puso en funcionamiento; los vocales de mesa, gente que jamás se había visto, trabajaron coordinada y ordenadamente durante 12 horas seguidas, sin un lugar para comer, pero con alegría, participando más del 50% del electorado. Con un sistema que es manual y basado en la confianza de quienes están a cargo, el SERVEL proporcionó los materiales y la guía adecuada para que fuera posible la máxima fiesta de la civilidad. Y a las pocas horas de cerradas las mesas ya teníamos los primeros resultados oficiales. ¡Esa es organización!
La constitución de 1980 se escribió, con la intención de que la dictadura se prolongara eternamente, pues para esos legisladores la democracia no es un bien común sino el privilegio de unos pocos, como si fuera necesario protegerla de la “irracionalidad del pueblo”. ¡Quién dijo que no podíamos! ¡Quién llamó a tener cuidado con los que querían boicotear el proceso! ¡Quién utilizó la campaña del terror! Los mismos que no han superado la Guerra Fría, aquellos que piensan que el mundo solo tiene dos bandos posibles, derecha e izquierda, y niegan la diversidad; estos mismos que creen que el éxito proviene del mérito y no de las oportunidades, que no saben cuánto hacinamiento y pobreza realmente existe en nuestro país. Estos que utilizan el miedo para someter olvidaron que la juventud actual no creció bajo la doctrina del shock, y que su apatía respondía sólo a la poca identificación que sienten por quienes detentan el poder.
Este 25 de octubre amaneció con la energía que da la esperanza de cerrar por fin un amargo capítulo de vida y terminó mejor de cómo había comenzado. Después de tantos meses de cuarentena y tantos años de mentiras, la verdad salió a la luz: no somos un país polarizado, ya que el 80% está de acuerdo en tener una Constitución escrita por el pueblo de forma paritaria; no estamos divididos en “gente de Derecha” ni en “gente de Izquierda”, conceptos ahora obsoletos, sino en personas que tienen distintas maneras de alcanzar la justicia social; y no necesitamos que nos dirijan la vida, estamos suficientemente maduros para decidir como queremos que sea Chile. Nos demoramos 32 años, pero este día al fin llegó; aquí y en el extranjero los chilenos dijimos ¡APRUEBO! Y la Constitución la haremos nosotros.
Pero la tarea recién empieza…
Por Nidia Araya M.
Profesora de Estado en Historia y Geografía. Licenciada en Educación en Historia y Geografía Universidad de Santiago de Chile.
Magíster en Administración y Gestión Educacional Universidad Mayor
(*) Las opiniones vertidas en esta columna no reflejan necesariamente la línea editorial de «La Vanguardia Chile»