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El valor del ejemplo

Por Nidia Araya M.

por lavanguardiachile
05/07/2020
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La Historia de la Humanidad está compuesta por pequeñas acciones donde los protagonistas son personas de “carne y hueso” que en determinados momentos tomaron decisiones que impactaron, para bien o para mal, a su entorno, dando ejemplos de valores de vida, y no requieren de metáforas o complicadas tramas argumentales para contarlas, pues como bien dice la sabiduría popular, “la realidad supera a la ficción”. Una de esas historias es la que les voy a relatar…

Hace más de cien años nuestro país se enfrentó a la que sería su última guerra internacional: la Guerra del Pacífico, o como la llaman ahora, la Guerra del Salitre (1879-1883). Este conflicto tiene origen en pleno período de la expansión territorial de la primera revolución industrial a la que Chile se estaba ligando muy prontamente. Para esos años, las naciones que ya habían iniciado la tecnificación de sus labores productivas se encontraban explorando y dominando toda porción del planeta que pudiera ser útil a estos fines. Así en Europa, Francia e Inglaterra se estaban expandiendo hacia los continentes africano y asiático en lo que se conoce como la época del Imperialismo; EE.UU. hacía lo propio conquistando el “salvaje oeste” y nuestra hermana Argentina en la Patagonia. Del mismo modo los intereses nacionales se encontraban orientados hacia el norte minero. Cientos de exploradores buscaban yacimientos de oro, plata o cobre, lo que derivó en la firma de tratados con Bolivia, que al ser incumplidos nos llevó a la guerra, involucrándose Perú por su alianza secreta con nuestro mutuo vecino. El conflicto se desarrolla en 5 etapas, siendo la última la Campaña de La Sierra, que es el escenario de esta acción.

Un día 9 de julio de 1882 en un poblado de la sierra peruana llamado La Concepción, se encontraba un destacamento del ejército chileno, la 4ª Compañía del Batallón 6º de Línea ‘Chacabuco’, compuesto por 77 hombres y tres mujeres, al mando del capitán Ignacio Carrera Pinto y los subtenientes Arturo Pérez Canto, Julio Montt Salamanca y Luis Cruz Martínez, quienes debían mantener la posición en espera de refuerzos que los trasladarían fuera de ese lugar, por lo que contaban sólo con algunos fusiles, bayonetas y pocas municiones. Las tropas enemigas enteradas de la debilidad del destacamento nacional decidieron atacar y en dos días se libró un enfrentamiento muy desigual, el “Combate de La Concepción”. A pesar de la gran diferencia numérica entre el destacamento chileno y la guerrilla peruana compuesta por soldados, campesinos e indígenas (alrededor de 2.000 en total), los jóvenes soldados nacionales rindieron sus vidas, pero no arriaron la bandera que aún ondeaba en la torre de la iglesia, su último bastión, cuando las tropas chilenas finalmente llegaron. La escena que recibió al Coronel Estanislao del Canto, oficial chileno, fue dantesca: los cuerpos de sus compañeros de armas estaban destrozados, al igual que el de las mujeres y del bebé recién nacido de una de ellas. El Coronel ordena quemar lo que queda del pueblo y fusilar a los pocos guerrilleros que encontraron, luego de sepultar a los muertos. Como muestra de respeto, sacaron los corazones de los oficiales chilenos que conservaron en un frasco con alcohol. Hoy reposan en el interior de la Catedral de Santiago, en un nicho conmemorativo, y en su memoria es que cada 9 de julio se celebra el Día de la Bandera y se realiza el Juramento a ella.

¡Qué fácil hubiese sido para esos jóvenes entregar sus armas! ¿Quién hubiera dudado de tan racional decisión? Y, sin embargo, esa no fue la salida que escogieron. Tenían un deber que cumplir y rendirse no era opción aún sabiendo que el triunfo les era esquivo y el enemigo implacable. Los informes del combate indican que el oficial peruano, Coronel Gastó, llegó hasta rogarles que se rindieran pero los jóvenes soldados y las mujeres, cantineras, se negaron una y otra vez a tal solicitud. Los testigos extranjeros que presenciaron el combate coincidieron en que lo último que se escuchó fue la voz del suboficial Luis Cruz Martínez que gritó “¡Los chilenos no se rinden!”. Él tenía 16 años y sus compañeros un poco más.

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Hay quienes pueden discrepar sobre la valoración que hago de un hecho militar, y sus razones tendrán, pero quiero llevarlos a lo mas esencial que hay detrás de esta historia en particular, y es el poder que tiene el ejemplo en la formación de valores en nuestra juventud. El arrojo y la determinación demostrada por estos soldados tiene que ver con lo que ellos aprendieron de los adultos cercanos, sus padres, sus oficiales, las autoridades políticas de ese entonces. Ellos replicaron lo que consideraron era “la forma de actuar” porque es la que conocieron en sus referentes de vida. Los padres somos el modelo a seguir por nuestros hijos así como los Gobernantes lo son para la población de un país, sobre todo en momentos difíciles como los actuales. Le recuerdo a nuestras autoridades, civiles y uniformadas, que no es lo que decimos sino lo que hacemos lo que genera respeto y unidad.

El mensaje es simple y directo, “no esperemos manzanas si hemos sembrado limones”

 

Por Nidia Araya M.
Profesora de Estado en Historia y Geografía. Licenciada en Educación en Historia y Geografía Universidad de Santiago de Chile.
Magíster en Administración y Gestión Educacional Universidad Mayor

(*) Las opiniones vertidas en esta columna no reflejan necesariamente la línea editorial de La Vanguardia Chile

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