Érase una vez una lejana comarca que se había destacado por ser la mejor de todo el planeta azul. Era el lugar ideal y casi perfecto donde cualquier súbdito podía por sus méritos emprender oficios y tenía asegurado un buen pasar en la vida. Incluso, los «Caballeros Dorados» del reino eran quienes protegían sus ahorros para que ese buen súbdito, cuando viejo, tuviera acceso a todos los beneficios que el reino individualista le debía retribuir.
La perfecta vida del reino neoliberal se comparaba con sus necios vecinos, esos reinados donde aún los bárbaros hablaban de solidaridad y derechos sociales. Incluso un día el «Rey Sebastián», que se caracterizaba por sus cortos brazos, dijo a los pregoneros que su reino era un bálsamo en toda la región. Todo era perfecto para el monarca que se sentía orgulloso de sus dominios.
La Corte del Rey estaba conformada por caballeros de diversos linajes. Algunos con más dinero y propiedades que otros, pero a la larga eran los dueños de la comarca y junto al rey se beneficiaban de los frutos y beneficios del reino: explotaban los recursos naturales que según ellos la divinidad se los había concedido y que el mismo monarca fundador, el «Rey Augusto», había distribuido entre los Caballeros Dorados para que ellos designaran a su líder, obvio sin pretender en caso alguno compartir con los súbditos sometidos que los veneraban y les daban su confianza cada cuatro años.
Pero en el siglo vigésimo primero algo cambió todo. Los súbditos comenzaron a manifestarse en contra del «Rey Sebastián» exigiendo más derechos, algo que descolocó totalmente al monarca y a los caballeros dorados. Desde los tiempos del «Rey Augusto» que el reino no veía tanta agitación. Incluso, en los últimos 20 años los «Caballeros Camaleónicos» habían gobernado con los reyes «Patricio», «Eduardo», «Ricardo» y con la chúcara reina «Michelle» que debió abandonar la comarca por sus blasfemias. Los súbditos engañados creian que los «Caballeros Camaléonicos» eran sus representantes pero no… Los «Caballeros Dorados» los habían financiado y allí el origen de la revuelta.
Las malas noticias en el reino siguieron. Vino la «Peste» y el «Rey Sebastián» y los «Caballeros Dorados» no sabían que hacer, no conocían a sus súbditos ni como vivían, ya que nunca habían salido de las cortes en que deambulaban. Ni siquiera los «Caballeros Camaléonicos» servirían esta vez ya que nadie les creía. La peste mataba y mataba a súbditos pero también a algunos miembros del linaje.
La situación se puso cada vez más compleja ya que el «Rey Sebastián» había depositado toda su confianza en un curandero que era uno de sus lacayos y que los caballeros dorados tenían elevado a su linaje. Pero el curandero no era más que magia barata y no convencía a nadie con sus remedios y la «peste» siguió avanzando por todo el reino.
El «Rey Sebastián» dio orden de contar los muertos de dos formas: una que los pregoneros dirían y otra en la que se contaban en su número efectivo y así evitar que se le cuestionara.
La comarca seguiría sufriendo por la revuelta y la peste….