El presidente de la república, Sebastián Piñera, se dio el lujo -más de todos los que tiene- de pasear por el elitista balneario de «Cachagua» sin mascarilla y compartiendo con sus seguidores. Hasta selfies se tomó como si fuera un fin de semana cualquiera de diciembre pero incurriendo en un delito flagrante, el del art. 318 del Código Penal.
El presidente sabe que estamos en Pandemia del Covid19. Sabe que está prohibido circular en la vía y lugares públicos sin dicho «utensilio» y que los medios de comunicación de sus amigos grandes empresarios muestran día a día cómo las fuerzas policiales o la Armada detiene a esos «malos e irresponsables chilenos» que circulan sin la mascarilla o barbijo.
Pero Piñera se cree y siente superior al resto de los chilenos. Ya hizo el ridículo en el funeral de su tío Bernardino Piñera al abrir el ataúd en una ceremonia que por todos lados superó las restricciones y fue justificada con argumentos falaces y absurdos del ministro de salud, la subsecretaria de la cartera y en ese entonces su vocera Karla Rubilar -hoy ministra de desarrollo social.
Los chilenos están cansados de una autoridad que no cumple con las reglas, que siempre busca ir más allá para romperlas y demostrar que está por sobre todo, que es intocable. Una señal que no se condice con un presidente inexistente en los últimos meses, perdido en sus errores, con uno de los peores gobiernos de los que se tenga historia y que comete una y otra chambonada.
Piñera sabe que es inmune a cualquier sanción. Fue responsable de cientos de violaciones a los derechos humanos a partir del 18 de octubre de 2019, cometió el grosero e inexcusable error de llamar a los chilenos a realizar sus actividades en plena pandemia de Covid19 con los resultados ya por todos conocidos y para que seguir enumerando…
Cuando se trata de hacerlo responsable salen sus defensores no sólo de la derecha sino que aquellos desvelados «republicanos» que alegan que la figura presidencial es intocable, elevándola a un símil de monarca sin límites. Son aquellos que se ponen las «mascarillas» para esconderse de la opinión pública pero que con su omisión simplemente permiten que la figura presidencial se siga horadando y la institucional sea endeble.
Bastan las disculpas o reconocer el error y está. No hay responsabilidad alguna y surgen los tinterillos de siempre para justificar ya no política sino que penalmente el eventual delito que cometió el mandatario.
No queda más que concluir que el rey hace lo que quiere…