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El héroe que usaba toga y corbata

Por Nidia Araya

por lavanguardiachile
09/02/2021
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A pesar de estar siempre muy atenta a las noticias sobre todo en el plano nacional, me ha sorprendido lo poco que se ha destacado la muerte del juez Juan Guzmán Tapia, tal vez sea porque su obra fue de tal magnitud que todo lo que se diga siempre es poco y resulta difícil hacerle justicia. A riesgo de pecar de reiterativa no puedo restarme de rendirle honores a quien tuvo el valor de enfrentar, aun a riesgo de su propia vida, a uno de los dictadores más crueles que cuenta la historia universal del siglo XX, el general chileno, Augusto Pinochet Ugarte (1915-2006).

Juan Guzmán Tapia (1939-2021) nació en El Salvador cuando su padre, el poeta Juan Guzmán Cruchaga, ejercía como embajador chileno en aquella nación, y luego de vivir en varios lugares se estableció en Chile donde estudió Derecho en la Pontificia Universidad Católica. Sí, Guzmán Tapia pertenecía a ese exclusivo sector de nuestra sociedad que se define como culta, educada, viajada y católica; es decir, formaba parte de la alta sociedad, que por supuesto se identifica con los valores de la Derecha política, por lo que no es de extrañar que no comulgara con las ideas de la Unidad Popular ni le simpatizara la figura de Salvador Allende, lamentando su triunfo en las urnas en 1970 y celebrando con champaña el golpe de Estado de 1973; pero su alegría duró poco pues siendo juez en Santiago, en 1974, le toca recibir las primeras denuncias de violaciones de derechos humanos contra el régimen cívico-militar.

A principios de 1998 el juez Juan Guzmán integraba la Corte de Apelaciones de Santiago y en esta condición le toca iniciar la investigación por el caso “Caravana de la Muerte” y la responsabilidad que le cabía a Pinochet, quien para ese momento formaba parte del Congreso Nacional como Senador vitalicio en calidad de ex mandatario integrando la bancada de la Derecha. La noticia de esta designación no fue muy bien recibida por los querellantes en esta causa pues era por todos conocida la simpatía del juez con el gobierno de la dictadura militar a quien aún le asignaba el valor de haber “salvado a la patria del comunismo internacional”. Además, juzgar a Pinochet en Chile era casi imposible por la red de protección que había creado en el propio poder judicial, sus adherentes políticos, los gobiernos concertacionistas y las mismas Fuerzas Armadas, pero el proceso debía iniciarse en nuestro país y estas eran las reglas del juego.

El juez Guzmán usó la figura jurídica del “secuestro permanente” para referirse a los detenidos desaparecidos y así, entre 1999 y 2004, ordenó la exhumación de numerosos cadáveres, lo que le permitirá no sólo abrir nuevas causas contra Pinochet sino que también investigar otras como la Operación Colombo o Calle Conferencia y la Operación Cóndor, y que permitieron el procesamiento y condena de la cúpula de la policía política del régimen, este es el caso de Manuel Contreras; recorrió el país reuniendo 1.500 osamentas, identificando veinte cuerpos de detenidos desaparecidos y rescatando del Pacífico raíles que habían sido adosados a opositores arrojados al mar. Sus diligencias permitieron que en el año 2000, Augusto Pinochet perdiera su inmunidad parlamentaria y lo encargara reo tres veces, las mismas que la Corte de Apelaciones de Santiago y la Corte Suprema la revocaran hasta que terminaron por sobreseer la causa en su contra.

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Aunque el dictador murió sin haber sido condenado y protegido no sólo por sus adherentes sino por los mismos gobiernos de la Concertación, la investigación realizada por el juez Guzmán Tapia demostró que Pinochet en su calidad de presidente de la Junta de Gobierno primero y luego de la república, fue responsable de las más de 3.000 muertes de opositores a su gobierno, de innumerables violaciones sexuales, torturas, desapariciones forzadas y asesinatos. Pero su obra no queda ahí, pues a partir de su acción legal se han podido agregar otras causas no incluidas en los informes Rettig y Valech como el secuestro y venta de bebés de mujeres pobres y de detenidas desaparecidas que estaban embarazadas, y otras que afectan a numerosos indígenas de todas las etnias, sobre todo mapuches.

Aunque se retiró del Poder Judicial en el 2005, su figura no pasó a segundo plano, pues en el año 2007 Guzmán Tapia, iniciará su defensa de los pueblos originarios ante el Estado chileno. Los instará a unirse y reclamar públicamente por todos los abusos de que han sido objeto, así representará a las comunidades aimará y atacameñas por el uso geotérmico de los geiseres de El Tatio y las comunidades lafquenches lo nombrarán werkén (interlocutor). En una entrevista a un medio internacional reconoció orgullosamente poseer sangre mapuche y coya.

Juan Guzmán Tapia fue premiado por su defensa de los Derechos Humanos en tantas ocasiones que sería muy largo de individualizar acá, pero basta decir que su figura es sinónimo de coraje y rectitud a nivel internacional y por ello su fallecimiento fue noticia en todo el mundo, “¡Murió el juez que enfrentó a Pinochet!”. Ahora bien, las mismas características que le significaron reconocimiento y respeto universal fueron desacreditadas por sus colegas y personalidades políticas de Derecha quienes vieron en él a un traidor y “revoltoso”, incluso llegaron a tildarlo de “oportunista” por sus actividades en defensa de los pueblos originarios y el medio ambiente. ¿Es posible que la humanidad esté equivocada o es más probable que los valores de nuestra Derecha política son, a lo menos, cuestionables?

Juan Guzmán Tapia es un HÉROE en todo el sentido de la palabra pues no sólo se enfrentó contra la maldad personificada en Pinochet, sino que aplicó los principios de “igualdad ante la ley y la justicia” y se transformó en un justiciero de la misma. Sacrificó una carrera funcionaria, que aseguraba terminar en la Corte Suprema, al enfrentar al poder institucionalizado de quienes ampararon las violaciones de los Derechos Humanos. Católico de formación dejó claro en su actuar que el verdadero creyente es aquel capaz de ver en otro ser humano a un igual y por tal merece recibir Justicia sea cual sea su ideología. Si bien su futuro estaba escrito desde la cuna demostró que ésta no condiciona las decisiones que una persona toma en el trayecto de su vida, Juan Guzmán Tapia decidió enfrentar la inercia y complicidad de su propio sector socio-político en el pleno convencimiento de que para progresar se requiere de verdad y reparación, base de una sociedad democrática. Por esto y hasta el final de sus días debió vivir con el temor de que las amenazas contra su vida fueran cumplidas.

Juan Guzmán Tapia, no necesitó capa de super héroe, él tenía una toga.

 

 

Por Nidia Araya M.
Profesora de Estado en Historia y Geografía. Licenciada en Educación en Historia y Geografía Universidad de Santiago de Chile.
Magíster en Administración y Gestión Educacional Universidad Mayor

(*) Las opiniones vertidas en esta columna no reflejan necesariamente la línea editorial de «La Vanguardia Chile»

Etiquetas: Augusto PinochetDDHH

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