Mi padre, Jorge Araya Santiago (1934-2018), sufrió un accidente automovilístico en el cual murió uno de sus hermanos y él quedó gravemente herido; este evento le impidió continuar con una de sus grandes pasiones: el Atletismo, en su amado Stade Francais. Si bien, volvió a hacer salto alto y 100 metros planos y vallas, no pudo alcanzar el rendimiento que se requería para competir nuevamente y, aunque dejó las pistas nunca abandonó el amor por el deporte, ni olvidó a quienes compartían con él este mundo, el del deporte amateur -porque en esa época, hablo de las décadas del 30 al 60, así era la cuestión: puro amor y nada de dinero-. Él nos hablaba de Marlene Ahrens, a quien describía como una gran atleta. Compartieron ese mundo en donde las habilidades personales y la autodisciplina era la única manera de alcanzar las metas. De esa generación ya casi no quedan rostros, incluso la frágil y poco leal memoria colectiva también los ha olvidado.
Ha muerto Marlene Ahrens (1933-2020), la única mujer medallista olímpica chilena. Las condolencias por su deceso las comparto plenamente, el mundo de mi padre está desapareciendo poco a poco y como una forma de honrar su memoria es que revisé la biografía de esta atleta del Club Manquehue. Su especialidad era el lanzamiento de la jabalina por la que obtuvo una medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Melbourne, Australia, en 1956; dos medallas de oro en Juegos Panamericanos, cuatro en Campeonatos Sudamericanos de Atletismo y una en Juegos Iberoamericanos, destacando en el tenis y la equitación, también. Toda una hazaña, no solo para esa época, sino hasta la actualidad, ya que es la única medallista olímpica chilena. Ahrens fue marginada del atletismo por denunciar un acoso sexual; su agresor, Alberto Labra, no sólo no fue sancionado, sino que luego presidió el Comité Olímpico, y desde este cargo la suspendió por un año impidiéndole participar en los Juegos de Tokio de 1964.
A sesenta y cuatro años de la medalla en Australia, ¿ha mejorado la situación de la mujer en el deporte nacional? No, y tampoco en otras áreas. La marginación de Ahrens no es un caso aislado, lamentablemente. En la actualidad, Chile ocupa el quinto lugar entre los países con mayor brecha salarial entre géneros (21,1%), lo que significa que para un mismo trabajo un hombre gana hasta $200.000 más que una mujer, a pesar de que la tasa de empleabilidad y ocupación de ellas ha aumentado en la última década, así como su preparación profesional. Según los datos recopilados por el INE en el último censo de población, los varones tienen una mayor participación en los niveles escolares básicos, pero a nivel profesional, ya sea técnico o universitario, son las féminas quienes tienen la delantera, y aun así para acceder a un trabajo y mantenerlo o ascender, deben demostrar más esfuerzo que sus pares masculinos, tanto así que las mujeres no alcanzan el 40% de los puestos de mayor responsabilidad.
En Chile desde el año 2005, las insinuaciones de tipo sexual que pueden afectar laboralmente a una persona cuando ésta no las acepta son consideradas un delito, tipificado como acoso sexual. Si ese hubiese sido el criterio en 1964, Ahrens habría podido ir a Tokio y, lo más probable, alcanzado otra medalla, pues se encontraba en una gran forma física y con buenos registros. Esta ley manifiesta que el problema aún persiste, los datos dicen que han aumentado las denuncias, debido en parte a que se atreven cada vez más mujeres a hacerlas, pero también indica que las conductas no han mejorado. Todavía se pueden escuchar comentarios que denigran su condición de género, su emocionalidad e, incluso, su libertad de decidir sobre su cuerpo y futuro.
Muchos aún no entienden que el trato dado tradicionalmente a las mujeres es violento per se y que urge un cambio radical en las relaciones Inter género para que las presentes y futuras generaciones puedan vivir verdaderamente en paz. Pensemos las sociedades como humanas, fundadas en el respeto y la valoración de sus integrantes. Para que no se pierdan más medallistas olímpicas, gerentas de empresas, profesionales de cualquier área, o dirigentas sociales y políticas, hagamos un nuevo trato.
Por Nidia Araya M.
Profesora de Estado en Historia y Geografía. Licenciada en Educación en Historia y Geografía Universidad de Santiago de Chile.
Magíster en Administración y Gestión Educacional Universidad Mayor
(*) Las opiniones vertidas en esta columna no reflejan necesariamente la línea editorial de La Vanguardia Chile