Desde hace una década, al menos, nuestro país ha visto levantar las banderas de los pueblos originarios exigiendo el reconocimiento constitucional de ellos y de sus culturas, así como el reintegro de las tierras consideradas ancestrales. Estas demandas son compartidas por otras comunidades en el mundo y es por ello que a través de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), por ejemplo, se han llegado a acuerdos que buscan proteger sus derechos humanos, la buena gobernanza, la reducción de la pobreza y desarrollo económico, la economía social, el cambio climático, el desarrollo sostenible y la protección ambiental, áreas en las que las prácticas indígenas han sido mucho más exitosas que las aplicadas por la sociedad occidental. Es decir, a nivel mundial el tema indígena ha tomado otro derrotero, muy distinto al confrontacional presentado por nuestros gobiernos y los medios de comunicación, sobre todo en la actual administración.
Estamos utilizando parámetros obsoletos cuando la cuestión es qué hacer para convivir en armonía y respeto en nuestra Patria, pues si bien el tema en la Araucanía tiene mucha exposición mediática, no es la única zona afectada por la problemática territorial, ambiental, social y política, ya que le debemos agregar la cuestión del genocidio selknam a principios del siglo XX. Entonces, ¿por qué es necesario este debate? Justamente porque la sociedad no puede vivir siempre en estado de alerta. Las poblaciones indígenas no reclaman sólo por lo que consideran sus propiedades, su clamor es más extenso y plural. En tiempos de COVID-19 y cambio climático las exigencias por un ambiente limpio, donde la vida fluya sin el costo de sequías, suelos degradados, especies en extinción por la explotación de ambientes hasta llevarlos al colapso, es imprescindible reconocer que el modelo de producción existente nos está llevando a nuestro aniquilamiento.
Dejemos de lado nuestra autocomplacencia y enfrentemos las demandas de los pueblos originarios desde una óptica ambiental. Ellos son la voz de la naturaleza a la cual se sienten íntimamente ligados, hablan por ella y nosotros no queremos escucharlos. El llamado cambio climático no es parte de “lo natural”, es una alteración del medio que no sólo se manifiesta en la alteración de las estaciones tradicionales sino también en la presencia de nuevas enfermedades y en la desaparición de las condiciones mínimas de vida para la propia humanidad. El grito de los pueblos indígenas es la voz de nuestros abuelos que nos dicen que estamos haciendo mal las cosas, que ya no podemos seguir jugando al límite de la subsistencia. Hagamos justicia por los Pueblos del mundo, por la vida en nuestro paneta; en resumidas cuentas, por nosotros que ya no tenemos mucho margen de error.
Por Nidia Araya M.
Profesora de Estado en Historia y Geografía. Licenciada en Educación en Historia y Geografía Universidad de Santiago de Chile.
Magíster en Administración y Gestión Educacional Universidad Mayor
(*) Las opiniones vertidas en esta columna no reflejan necesariamente la línea editorial de «La Vanguardia Chile»