Durante muchos años por estas fechas tuve la suerte de estar en Londres. Más específicamente en Wimbledon la catedral del tenis, con su torneo que siempre finalizaba la primera semana de julio.
Este año 2020 la pandemia del Covid-19 hizo lo que solo las dos guerras mundiales pusieron hacer: suspender el campeonato de tenis más antiguo y más importante del orbe. Porque ni el boicot de los 80 tenistas más importantes del circuito lo consiguieron en 1973 cuando decidieron apoyar al croata Nikki Pilic, castigado por 9 meses por la Federación Yugoslava de Tenis, apoyada por la Federación Internacional de Tenis (FIT) a raíz de su negativa de jugar una serie de Copa Davis contra Nueva Zelanda. En esa ocasión los directivos del All England Tennis and Crocket se mofaron del boicot diciendo que su torneo «era más importante que los jugadores». Y vaya que tuvieron razón porque aquel campeonato del 73 batió todos récords de asistencia vigentes.
Pese a que jugadores como Bjorn Borg, Stan Smith y Jimmy Connors no acataron el boicot, todos ellos cayeron ante jugadores de menor alcurnia antes de las semifinales dejando la vía libre para que el checo Jan Kodes derrotara en la final al ruso Alex Metreveli. Dos que poco habrían tenido que hacer en un torneo normal.
Pero esa es apenas una anécdota en la larga historia de este evento que desde sus comienzos en 1887 ha tenido una larga fila de ellas. Cómo la del reverendo John T. Hartley quien tras celebrar el oficio dominical en su parroquia de Yorkshire, tuvo que atravesar todo Londres en su bicicleta para llegar a Worple Road lugar donde se disputaba el torneo antes de mudarse a Church Road donde se encuentra desde 1922. Perdió fácil el primer set Hartley pero la lluvia lo libró de una aplastante derrota ya que descansado, el reverendo ganó el título al día siguiente.
En los tiempos actuales los jugadores no necesitan trasladarse en bicicleta ya que además de ganar miles de dólares son trasladados en modernas limusinas. Y alojados en hoteles cinco estrellas o en mansiones arrendadas por sus dueños en el área de Wimbledon. Nosotros los simples mortales aunque provistos de la ansiada credencial de Prensa también debemos someternos a la férrea disciplina británica que limita notablemente nuestros desplazamientos por los courts secundarios y nos obliga a cumplir con los muchos letreros de NO hacer esto o aquello que proliferan en la Catedral.
Por fortuna siguen disponibles y sin restricciones las frutillas con crema, los Pims y los English Breakfast con los que aún podíamos deleitarnos.
Y digo «podíamos» porque este año no hubo Wimbledon.
Por Sergio Ried