La famosa pregunta que según el laureado libro de Larry Collins y Dominique Lapierre le hizo Hitler al General Dietrich von Choltitz, a cargo de las tropas de ocupación nazi de la capital francesa al final de la Segunda Guerra Mundial, cobra actualidad al finalizar el Masters 1000 de París-Bercy. Porque el segundo gran evento del tenis mundial que tiene la Ciudad Luz (el otro es Roland Garros) también fue para hacer arder de rabia e impotencia a los galos.
Sin Djokovic, Federer, Thiem y otros de los más linajudos tenistas de la actualidad, más la ausencia de los mejores jugadores locales en rondas finales y la fatal ausencia de público, hizo que al igual que Roland Garros, este último torneo del circuito ATP, fuera un verdadero desastre. Qué como corolario tuvo la derrota de Nadal ante el alemán Alexander Zverev, en semis, confirmando que este es un torneo «jetta» para el español que no ha podido nunca ganar allí.
Un campeonato que siempre ha sido apasionante por ser el que otorga generalmente uno o dos cupos para el Nitto ATP Finals que reúne a los ocho mejores de la temporada y que está vez ni siquiera tuvo ese incentivo porque los ocho de la fama ya estaban designados.
Por eso la victoria del ruso Daniil Medvedev sobre Alexander Zverev en la final tampoco tuvo mayor relevancia y la copa se entregó entre fantasmas y sin ninguna emoción. Cómo que el mismo Zverev que había estado soberbio al derrotar a Nadal, en la final contra el ruso, entregó el tercer set sin dar lucha, finalizando su pobre actuación con una doble falta para cederlo por 6/1.
Ahora solo falta un torneo ATP 250 en Sofia, que pasará desapercibido y la cita final en el 02 Stadium de Londres que disputarán ocho tenistas divididos en dos grupos de cuatro, luchando por un premio total de € 4.450.000. está importante suma se la repartirán entre Novak Djokovic, Rafael Nadal, Dominic Thiem, Daniil Medvedev, Stefanos Tsitsipas, Alexander Zverev, Andrey Rubliov y Diego Schwartzman.
De entre ellos saldrá el mejor tenista de este fatídico 2020. Qué esperamos no se vuelva a repetir jamás.
Por Sergio Ried