A la luz de los dos estudios de opinión que la Defensoría de la Niñez presentó este 28 de mayo recién pasado (“Estudio de Opinión de NNA”, realizado en todo Chile y, el segundo, es un estudio cualitativo sobre los “Efectos de la Crisis Social en NNA”, realizados durante el 2019 antes y después del estallido social de octubre), que indican que el 81 % de los encuestados señalan que el adulto solo “a veces” respetan sus derechos, es conveniente hacer una breve relación del trato dado a este grupo etario en otros momentos.
Si bien, la Historia nos cuenta que siempre ha existido el interés por educar a los niños y niñas, la finalidad para ello ha sido práctica. En la Antigüedad, en Grecia, se pensaba en la formación de hombres libres. En Roma se valoraba la oratoria, pero a diferencia de la anterior, no le interesaba el desarrollo físico. Coinciden plenamente que educar a las niñas es innecesario, e incluso, peligroso. Dice Séneca “Una mujer es como un niño grande que hay que cuidar a causa de su dote y de su noble padre”. Durante la Edad Media el objetivo es formar buenos feligreses y esta labor estará en manos de la Iglesia. La obediencia es una virtud que sólo el rigor y la disciplina pueden conseguir. El Abad Bérulle, en el siglo XVII, escribía: «No hay peor estado, más vil y abyecto, después del de la muerte, que la infancia».
A partir del Renacimiento, en el siglo XV, se inicia una nueva etapa en la que el hombre debe ser educado desde sus más tiernos años. Erasmo y Luis Vives se interesan por la evolución del infante y la necesidad de adaptar las enseñanzas a su realidad. Locke ve al niño como una “tabula rasa” e insistirá en que la experiencia es fundamental en su desarrollo. Los Ilustrados, como Rousseau, también harán de la educación infantil un tema de estudio. En su obra “Émile ou del ́éducation”(1762), señala que el niño es bueno por naturaleza y es su entorno quien puede pervertirlo. Así también es partidario de la educación obligatoria y…..de que se debe incluir a la mujer. Muchos más podemos agregar a la lista, Pestalozzi (1746-1827); Tiedemann (1748-1803); Froebel (1782-1852), etc. Será la Revolución Industrial la que permitirá la disminución del uso de la mano de obra infantil y que requerirá que se escolarice a los futuros trabajadores fabriles, ya como obreros, técnicos o profesionales. Desde esa fecha, las salas de clases y la metodología empleada en ellas no tendrán muchos cambios.
Es así como la Infancia se establece recién en el siglo XX. Cuando se reconoce de pleno y explícito como periodo de la vida humana, de los 0 a los 18 años, con sus propias características y necesidades. Se reconoce al niño como persona, con derecho a la identidad personal, a la dignidad y la libertad. Así quedó estipulado en la “Declaración de los Derechos del Niño”, proclamada por la Asamblea General (resolución 1386-XIV, noviembre 20, 1959). Desde 1989 es de cumplimiento obligatorio (Convención sobre los Derechos del Niño) y se basa en 4 principios fundamentales: La no discriminación; El interés superior del niño; Su supervivencia, desarrollo y protección; y Participación en las decisiones que les afecten. Chile lo ratifica en 1990.
Chile, ¿respeta estos principios? ¿cuan cerca estamos de considerar a los NNA como seres humanos en derecho y no en potencia? ¿cómo serán ciudadanos comprometidos si no les hemos enseñado a formar parte de una sociedad dialogante?
En la imagen aparecen niños en un hospicio para huérfanos y abandonados en el siglo XIX. En estos lugares los niños eran vendidos o forzados a trabajar en fábricas o cualquier oficio para que pagaran su sustento. Si escapaban eran perseguidos como delincuentes y al capturarlos su castigo eran azotes y privación de alimentos. Debían trabajar toda su vida… Charles Dickens plasmó esta realidad en su obra literaria, “David Copperfield” y “Oliver Twist”
Por Nidia Araya M.
Profesora de Estado en Historia y Geografía, Licenciada en Educación en Historia y Geografía de la Universidad de Santiago de Chile. Magister en Administración y Gestión Educacional de la Universidad Mayor
(*) Las expresiones vertidas en esta columna no necesariamente representan la línea editorial de «La Vanguardia Chile».