Una democracia requiere de un gobierno que sea respetado y que a su vez respete las instituciones. Un gobierno que sea capaz de imponer orden sin violar los derechos humanos. Un gobierno que no mienta y engañe a los ciudadanos. Un gobierno que sea transparente y que se haga responsable de sus errores. Un gobierno que no instale a sus candidatos en cargos públicos para financiar sus campañas. Un gobierno que tenga funcionarios competentes y no «apitutados» que no conocer la realidad del país.
Podríamos seguir tal vez páginas y páginas identificando la «calamidad» que ha vivido Chile desde el año 2018. El gobierno de Sebastián Piñera se instaló como el salvavidas de una élite mediocre que ha profitado por décadas de la tierra y luego de la especulación financiera, reproduciéndose en un halo de arrogancia y desprecio por el resto de la población y manteniendo las malas prácticas aceptadas sólo para ellos en un sino de privilegios.
«Chile cambió» decían los cientos de miles de manifestantes en el Estallido del 18/O. Pero desde esa fecha hasta ahora vemos que es poco lo que ha cambiado. La élite gobernante y sus «socios» de la «Ex Concertación» pretenden mantener sus privilegios y tomarse la «Convención Constitucional» que será elegida en el mes de abril. Así lograrán mantener vigente gran parte del modelo de abuso que impuso la dictadura y que benefició no sólo a los seguidores de Pinochet que están hoy en el gobierno sino a los mismos que fueron sus detractores en los años ochenta.
El país falló… No es capaz de sacudirse y construir una nueva fuerza política coherente y mayoritaria, alternativa a la élite corrupta y los grandes grupos empresariales. La atomización de las fuerzas de centro izquierda e izquierda en su vanidad, mesianismo y cuanto obstáculo se invente permitirá que la nueva constitución siga siendo el ancla que permita el abuso y el beneficio exagerado de los privilegiados de siempre.
El esfuerzo de cientos de miles podría quedar en nada y Chile seguir siendo el país de los matinales donde abundan los dirigentes de la UDI y los demás partidos de derecha, esos idiócratas que engañan a un pueblo que en una parte parece ser tan idiota como ellos.
Las instituciones están destrozadas: Carabineros, el Poder Judicial, el Congreso Nacional, el Gobierno… No hay salida al final de este túnel en una sociedad de sombras y a oscuras, en la que el crimen organizado y el narcotráfico están instalándose como aquél poder paralelo por la desidia, incompetencia y probable complicidad de una clase dirigente que no es capaz de entender el fenómeno social que vive el país.
Es de esperar que este análisis sea sólo la fotografía de un oscuro momento de nuestro país. Sea sólo una etapa de tránsito a algo mejor, pero mientras la mentira se instala como herramienta de manipulación de masas y un gobierno tan nefasto como el de Sebastián Piñera destruya las instituciones y la democracia queda por ver lo que viene…